Increíble, como siempre, no ha perdido ni un ápice del poder de su magia. 
Con unos simples pases de su varita mágica el techo se convirtió en un fantástico cielo azul, por las espalderas llegaban galopando caballos salvajes, la pared de la izquierda desapareció y en su lugar había trigales y praderas con flores.
Los niños estaban atónitos porque el gimnasio ya no era el gimnasio, sino una granja donde mugían las vacas y ladraban los perros.
El gallo Paquito.
no sabe cantar,
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parece un patito
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haciendo cua cua.
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Los profes, que obedecían las consignas del rey Mostolino VII, tampoco se perdieron detalle.¡Gracias ANA!
